«La Universidad Itinerante de la Mar (UIM) participó, a bordo del «Creoula», en la mayor concentración de grandes veleros de todo el mundo, en Rouen (Francia)
Cientos de personas, posiblemente más de un millar, acudieron al puerto francés de Rouen, el pasado día 11, por la tarde, para dar la bienvenida a los estudiantes españoles y portugueses que llegaban a bordo del buque escuela «Creoula», de la Marina lusitana, muchos de ellos, asturianos. El emblemático velero acudía a la cita obligada que cada cinco años se celebra en este puerto, que está situado a 120 kilómetros de la desembocadura del río Sena. Y es que «la Gran Parada», «la Gran Armada de la Paz» o «la Armada del Siglo», que son los nombres con los que se conoce esta concentración náutica, reúne a los mayores veleros de leyenda de todo el mundo en apenas una semana. Para los amantes de «las catedrales de lona», como también se conoce a estos grandes buques, no hay un espectáculo igual en todo el mundo. Además, en esta gran parada ondearon, por primera vez, banderas asturianas, desde un velero participante, que estuvieron agitadas al viento por los estudiantes de Oviedo, Gijón y Avilés. Los veleros que participan en esta concentración -medio centenar-, que hasta ayer conmemoró la toma de la Bastilla, fueron contemplados por casi cinco millones de personas de diferentes países de Europa que no quisieron perderse este espectáculo. El «Creoula», de líneas airosas y aparejado de goleta, fue el último velero en acudir a los Grandes Bancos (Terranova) a pescar bacalao, en el año 1970. Ahora es toda una leyenda sobre las olas. Su historia, igual que su estampa, no pasó inadvertida para los miles de visitantes que se acercaron a Rouen. Para muchos de ellos era, sin lugar a dudas, el barco más bonito de todos ellos. El «Creoula» atracaba con alumnos de la Universidad Itinerante de la Mar (UIM), después de la travesía más dura que tuvo este velero de cuatro mástiles desde que navega para este proyecto, que está participado por las universidades de Oviedo y de Oporto y que está operado por el CeCodet, según aseguró su comandante, João Silva. Pero pocas personas de las que estaban saludando en el muelle eran conscientes, primero, de las esperanzas que habían puesto los jóvenes navegantes en esta aventura; después, de los muchos sufrimientos que había superado, y, finalmente, de las grandes adversidades que supieron superar con un optimismo a prueba de los mayores temporales. ¿Los mareos? Muchos y, en algún caso, difíciles de soportar. Pero todos fueron olvidados cuando el «Creoula» entró en el canal de la Mancha. El temporal amainó, el buque dio popa al viento y la vida a bordo del viejo velero recobró su normalidad. ¿Una locura? En absoluto. ¿Por qué? Porque, a estas alturas, ya nadie puede cuestionar que cuanto más loca es la aventura, más cuerdo es el aventurero. La del «Creoula» no fue una excepción, y así lo certificaron sus intrépidos y sufridores navegantes. Los jóvenes estudiantes que navegaron en medio de un golfo de Vizcaya que los saludó con olas de 7 y 8 metros de altura y con vientos de casi 80 kilómetros por hora y escoras que superaron, en ocasiones, los 40 grados lo pueden certificar. En el comedor, los platos salían volando de las mesas para estrellarse contra las de al lado; algo tan sencillo como ducharse requería de un gran esfuerzo de piernas y brazos para compensar los intensos balances, y no digamos nada para los que les tocaba guardia en el timón. Para estos últimos, la rosa de los vientos giraba sin cesar y mantener el rumbo se les presentaba como una empresa imposible. Pero con todo pudieron los jóvenes tripulantes, y ése debe de ser su gran orgullo. Tomaron como propios los eternos valores de la navegación a vela: sacrificio, trabajo, compañerismo y audacia, y todos ellos les permitieron llegar a buen puerto. Para el entusiasta jefe de la expedición, el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Avilés, Román Álvarez, esta experiencia permitió a los jóvenes navegantes «salir crecidos en el sentido de ser más responsables y desarrollados como personas, y valorando mucho la importancia que tiene el trabajo en equipo en condiciones adversas». La más joven de la tripulación, con sólo 15 años, fue la valenciana Laura Martínez, que calificó la dura experiencia como «la mejor del mundo». Quiere estudiar Ciencias del Mar y asegura que desea seguir navegando con la UIM en el «Creoula». Igual que a la avilesina Cristina Rodríguez, de 16 años, que sostiene que la experiencia de convivir en medio de un gran temporal con sus compañeros les aportó a todos grandes satisfacciones, por el compañerismo que afloró durante los momentos más difíciles. La enfermera tinetense Ana Fernández Feito, que realiza su doctorado en avances en medicina y que por primera vez se hacía a la mar, aunque calificaba esta experiencia de «más dura de lo que pensaba», no dudaba en asegurar que estaba dispuesta a repetirla. ¿Lo que más le llamó la atención? «Además de la navegación, la capacidad que demostramos todos de relacionarnos entre personas de diferentes países y de formaciones académicas muy dispares». Uno de los más sorprendidos por la respuesta de los jóvenes tripulantes fue precisamente el que tiene más experiencia, casi 40 años a sus espaldas, Agustín Saralegui, que quedó maravillado por «lo bien que respondieron los más jóvenes, y que, además, nunca habían salido a navegar, porque seis días con mala mar son muchos». En términos similares se manifestó Gonzalo Falcón, con una experiencia de nueve meses a bordo del buque escuela español «Juan Sebastián Elcano», que destacó «el modelo de convivencia» entre los jóvenes y la tripulación. A Jesús Eloy Alonso, de Piedras Blancas (Castrillón), le sorprendió la capacidad de adaptación de todos los jóvenes a condiciones tan adversas. «Pero si la cara dura de la navegación fue ésta, la amable tiene que ser maravillosa», sentenció el estudiante de Forestales. Para el catedrático de Genética de la Universidad de Oviedo, Miguel Ángel Comendador, que navegó como profesor de mar, gracias a la relación que tuvieron los jóvenes españoles y portugueses, se mantuvo en todo momento la disciplina del barco. Y Tomás Cortizo, catedrático de Geografía, considera que ésta fue una ocasión para poner en práctica una virtud que es la generosidad «y, en muchas ocasiones, la han practicado». Objetivo cumplido.»
Fonte: [La Nueva España], 15 de Julho de 2008
Cientos de personas, posiblemente más de un millar, acudieron al puerto francés de Rouen, el pasado día 11, por la tarde, para dar la bienvenida a los estudiantes españoles y portugueses que llegaban a bordo del buque escuela «Creoula», de la Marina lusitana, muchos de ellos, asturianos. El emblemático velero acudía a la cita obligada que cada cinco años se celebra en este puerto, que está situado a 120 kilómetros de la desembocadura del río Sena. Y es que «la Gran Parada», «la Gran Armada de la Paz» o «la Armada del Siglo», que son los nombres con los que se conoce esta concentración náutica, reúne a los mayores veleros de leyenda de todo el mundo en apenas una semana. Para los amantes de «las catedrales de lona», como también se conoce a estos grandes buques, no hay un espectáculo igual en todo el mundo. Además, en esta gran parada ondearon, por primera vez, banderas asturianas, desde un velero participante, que estuvieron agitadas al viento por los estudiantes de Oviedo, Gijón y Avilés. Los veleros que participan en esta concentración -medio centenar-, que hasta ayer conmemoró la toma de la Bastilla, fueron contemplados por casi cinco millones de personas de diferentes países de Europa que no quisieron perderse este espectáculo. El «Creoula», de líneas airosas y aparejado de goleta, fue el último velero en acudir a los Grandes Bancos (Terranova) a pescar bacalao, en el año 1970. Ahora es toda una leyenda sobre las olas. Su historia, igual que su estampa, no pasó inadvertida para los miles de visitantes que se acercaron a Rouen. Para muchos de ellos era, sin lugar a dudas, el barco más bonito de todos ellos. El «Creoula» atracaba con alumnos de la Universidad Itinerante de la Mar (UIM), después de la travesía más dura que tuvo este velero de cuatro mástiles desde que navega para este proyecto, que está participado por las universidades de Oviedo y de Oporto y que está operado por el CeCodet, según aseguró su comandante, João Silva. Pero pocas personas de las que estaban saludando en el muelle eran conscientes, primero, de las esperanzas que habían puesto los jóvenes navegantes en esta aventura; después, de los muchos sufrimientos que había superado, y, finalmente, de las grandes adversidades que supieron superar con un optimismo a prueba de los mayores temporales. ¿Los mareos? Muchos y, en algún caso, difíciles de soportar. Pero todos fueron olvidados cuando el «Creoula» entró en el canal de la Mancha. El temporal amainó, el buque dio popa al viento y la vida a bordo del viejo velero recobró su normalidad. ¿Una locura? En absoluto. ¿Por qué? Porque, a estas alturas, ya nadie puede cuestionar que cuanto más loca es la aventura, más cuerdo es el aventurero. La del «Creoula» no fue una excepción, y así lo certificaron sus intrépidos y sufridores navegantes. Los jóvenes estudiantes que navegaron en medio de un golfo de Vizcaya que los saludó con olas de 7 y 8 metros de altura y con vientos de casi 80 kilómetros por hora y escoras que superaron, en ocasiones, los 40 grados lo pueden certificar. En el comedor, los platos salían volando de las mesas para estrellarse contra las de al lado; algo tan sencillo como ducharse requería de un gran esfuerzo de piernas y brazos para compensar los intensos balances, y no digamos nada para los que les tocaba guardia en el timón. Para estos últimos, la rosa de los vientos giraba sin cesar y mantener el rumbo se les presentaba como una empresa imposible. Pero con todo pudieron los jóvenes tripulantes, y ése debe de ser su gran orgullo. Tomaron como propios los eternos valores de la navegación a vela: sacrificio, trabajo, compañerismo y audacia, y todos ellos les permitieron llegar a buen puerto. Para el entusiasta jefe de la expedición, el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Avilés, Román Álvarez, esta experiencia permitió a los jóvenes navegantes «salir crecidos en el sentido de ser más responsables y desarrollados como personas, y valorando mucho la importancia que tiene el trabajo en equipo en condiciones adversas». La más joven de la tripulación, con sólo 15 años, fue la valenciana Laura Martínez, que calificó la dura experiencia como «la mejor del mundo». Quiere estudiar Ciencias del Mar y asegura que desea seguir navegando con la UIM en el «Creoula». Igual que a la avilesina Cristina Rodríguez, de 16 años, que sostiene que la experiencia de convivir en medio de un gran temporal con sus compañeros les aportó a todos grandes satisfacciones, por el compañerismo que afloró durante los momentos más difíciles. La enfermera tinetense Ana Fernández Feito, que realiza su doctorado en avances en medicina y que por primera vez se hacía a la mar, aunque calificaba esta experiencia de «más dura de lo que pensaba», no dudaba en asegurar que estaba dispuesta a repetirla. ¿Lo que más le llamó la atención? «Además de la navegación, la capacidad que demostramos todos de relacionarnos entre personas de diferentes países y de formaciones académicas muy dispares». Uno de los más sorprendidos por la respuesta de los jóvenes tripulantes fue precisamente el que tiene más experiencia, casi 40 años a sus espaldas, Agustín Saralegui, que quedó maravillado por «lo bien que respondieron los más jóvenes, y que, además, nunca habían salido a navegar, porque seis días con mala mar son muchos». En términos similares se manifestó Gonzalo Falcón, con una experiencia de nueve meses a bordo del buque escuela español «Juan Sebastián Elcano», que destacó «el modelo de convivencia» entre los jóvenes y la tripulación. A Jesús Eloy Alonso, de Piedras Blancas (Castrillón), le sorprendió la capacidad de adaptación de todos los jóvenes a condiciones tan adversas. «Pero si la cara dura de la navegación fue ésta, la amable tiene que ser maravillosa», sentenció el estudiante de Forestales. Para el catedrático de Genética de la Universidad de Oviedo, Miguel Ángel Comendador, que navegó como profesor de mar, gracias a la relación que tuvieron los jóvenes españoles y portugueses, se mantuvo en todo momento la disciplina del barco. Y Tomás Cortizo, catedrático de Geografía, considera que ésta fue una ocasión para poner en práctica una virtud que es la generosidad «y, en muchas ocasiones, la han practicado». Objetivo cumplido.»
Fonte: [La Nueva España], 15 de Julho de 2008
Sem comentários:
Enviar um comentário